"El jugador que quiere todo el mundo", tituló el semanario deportivo. Y fue River el que ganó la pulseada cuando el Nacional 75 estaba a punto de comenzar. Ya tenía 26 años, era grande. Pero lo mejor estaba por venir. Enseguida convenció a Angel Labruna. Y llegaron los goles y más goles. Incluso la noche en que le metió cinco goles a San Lorenzo.
Mientras tanto se transformaba en un indiscutido para César Luis Menotti en la Selección. Fueron 22 goles en 45 partidos. Cuatro le bastaron para ser goleador en la Copa América de 1975. Y otros cuatro resultaron clave para la conquista del Mundial. En el debut contra Hungría marcó para el empate parcial. Contra Francia anotó el gol del triunfo y terminó con una luxación en el codo derecho. Como Menotti había hecho los dos cambios, el Pulpo -apodo que le puso Américo Gallego- volvió a la cancha con el cabestrillo a cuestas para no dejar al equipo con diez.
La alegría por el triunfo se desdibujó al otro día en la concentración. Allí se enteró que su hermano Oscar, a quien todos le decían "Cacho", había muerto en un accidente en la Panamericana cuando viajaba para verlo jugar contra Francia.
"Cacho fue tarde a sacar pasajes el día anterior y no consiguió. Pensaba venir con amigos. En vez de volver a su casa fue a la de mi papá, y ahí a la vuelta vive un señor grande que viajaba con verduras esa noche, con un camión chico. 'Si querés te llevo, pero a vos solo', le dijo, porque no tenía lugar. El accidente sucedió en una curva, había un camión estacionado y se lo llevaron puesto, había un poco de niebla. Al otro día, temprano, en la concentración. Vino el Profe Pizzarotti y me dijo: 'Leopoldo, ahí está toda su familia'. Pensé que habían viajado por mi lesión. La veía a mi vieja sentadita al fondo, llorando, y se acercaron mi viejo y mi tío y me dijeron: 'El Cacho tuvo un accidente y se mató'", rememoró en esa misma nota.
Se perdió la derrota con Italia porque estaba despidiendo a su hermano y también el 2-0 contra Polonia en el inicio de la segunda ronda. No quería volver, pero entre Menotti y sus compañeros lo convencieron. Sin embargo, fueron clave las palabras de su papá, el Leopoldo Jacinto original. “Tenés que volver, no ves que sin vos pierden”, le dijo. Y Luque volvió. Estuvo en el 0-0 con Brasil con el dolor a cuestas -el físico y el del alma, por la muerte de Cacho- y jugó muy mal. El Flaco le renovó la confianza contra Perú, donde clavó un doblete para el 6-0 que valió el pase a la final. El resto es historia conocida. Con el 3-1 a Holanda en tiempo suplementario, Argentina logró su primer título mundial y Luque se ganó su lugar en la historia.
Poco tiempo atrás, en una entrevista con Clarín, Luque contó lo mal que la pasó durante la dictadura militar.
"Al principio no dije nada por miedo, andá a saber, si estos loquitos me reconocen, saben dónde vivo, me vienen a buscar. Después fue pasando el tiempo y, qué se yo, lo tenía ahí como una cosa más. Pero me da bronca cuando dicen que salimos campeones gracias a la dictadura. Dicen que andábamos con los milicos y a mí los milicos me secuestraron, me robaron y no me mataron de milagro. Ya te digo: cuando empecé a caminar y a encarar para el descampado, en mi cabeza solo esperaba el sonido del disparo, el ‘¡Puum!’ que me matara”, rememoró.
Tras el Mundial fue cuando empezó la lenta curva descendente de su carrera. Tuvo dos años más en River y más vueltas olímpicas, pero atrás pedía pista un tal Ramón Díaz y a Luque, con alma de goleador, se le hacía más difícil soportar las malas tardes. Volvió a Unión, pero enseguida se fue a Deportivo Tampico de México. De ahí a Racing y de Avellaneda a Santos de Brasil. No duró mucho en el equipo de Pelé y recaló en Boca Unidos de Corrientes. Las últimas dos paradas fueron Chacarita y Deportivo Maipú de Mendoza. Allí dejó el fútbol. Y allí, en Cuyo, encontró un nuevo hogar.
"Elegí vivir en Mendoza hace 25 años, después de haber dirigido a un par de equipos de la provincia. En Santa Fe solo podía laburar en Unión, porque en Colón soy mala palabra, y en Buenos Aires siempre sufrí mucho. Cuando jugaba en River, me iba para Santa Fe a las 6 de la tarde, después del partido, para llegar a la noche y estar con mis amigos y mi familia. Una locura, en una época donde las rutas eran peores que ahora: pasaba a los camiones por la banquina, no estaba bien en Buenos Aires. Y de Mendoza me gustó todo, ya no me voy más de acá".
No le fue bien como DT. Tampoco en otros emprendimientos. Sufrió un infarto que lo tuvo contra las cuerdas y lo obligó a que le hicieran tres by pass. Dos separaciones le sacaron un poco de aire en la economía, pero nunca le faltó trabajo. En los últimos años ofició como reclutador de River en la zona de Cuyo. Algunas publicidades también le vinieron bien para acomodar los números.
El coronavirus le puso final a la vida de un gran goleador.
Fuente: Diario Clarin.